Charla a fondo con un hombre singular,
Jorge L. García Venturini
Así como vemos sólo la parte más
pequeña de un iceberg, porque la más grande está bajo el agua, también las
personalidades que saltan a la popularidad se convierten en conocidos muy
desconocidos. Por eso dialogamos ampliamente con este pensador argentino que a
los 47 años ha producido una obra fecunda y original y que ha trabajado y está
trabajando intensamente en temas fundamentales de filosofía política y de la
historia, de antropología filosófica y metafísica. No son temas corrientes,
pero lo que aquí se dice le debe interesar a todos porque el futuro se nos
viene encima y aquí están varias de las claves para entender el tiempo que
vivimos y la historia que nos ha pasado.
“Se nos ha dicho y hemos leído que
kakistocracia es sinónimo, o sería lo mismo que chantocracia, vocablo formado,
no sin cierta arbitrariedad, con una expresión del lunfardo porteño (chanta) y
una desidencia griega (cratia). Sin restarle toda validez a este término,
debemos señalar que no hay tal sinonimia, al menos en la intención que quisimos
darle a ‘kakistocracia’. El chanta es esencialmente un embaucador, un
embustero, un trepador, alguien que habla mucho sin decir nada; en rigor, un
macaneador, según el diccionario designa ‘al que no hace lo que dice’ y ‘al que
hace mal alguna cosa’. El chanta en el lunfardismo porteño, designa, pues, un
personaje nada recomendable, pero no demasiado perjudicial (a no ser su capacidad
de confundir las cosas) y, en definitiva, diríamos casi inocente. En cambio,
kákistos, en griego, es el superlativo de kakós. Kakós significa ‘malo’ y
también ‘sórdido’, ‘sucio’, ‘vil’, ‘incapaz’, ‘innoble’, ‘perverso’, ‘nocivo’,
‘funesto’ y otras cosas semejantes. Luego si kakós es lo malo kákistos,
superlativo, es lo más malo, es decir, lo peor. Plural de kákistos es kakistoi,
es decir los peores. De ahí que se nos ocurriera kakistocracia: gobierno de los
peores. Nos parece que surgen claras las diferencias entre el ‘chanta’ y el
kákistos. Hay varios matices, pero sobre todo hay un aspecto moral: el ‘chanta’
puede ser –y frecuentemene lo es- inocente; el kákistos, en el sentido
empleado, es absolutamente responsable y culpable. Además es el peor.”
Así se explayó, acerca de la
“kakistocracia”, en un artículo publicado en el diario “La Prensa”, el 29 de
marzo de 1975, un filósofo que nunca había renunciado a dar su testimonio como
ciudadano y que había puesto en circulación esa palabra unos meses antes. En
ese diagnóstico no sólo había un profundo sentido del humor y de fina
percepción de la diferencia entre “chantas” y “peores”, sino la decantación de
una intensa dedicación al estudio de la filosofía a través de todas sus
vertientes integradoras.
Muchos de sus lectores, que comenzaban
a frecuentarlo por los comentarios donde se analizaba la realidad desde 1974,
disfrutaban de las ingeniosidades de lenguaje que le permitían referirse a
hechos de absoluta actualidad hablando del profeta Ezequiel, de Hamlet o
Macbeth, citando a Platón o a Santo Tomás. Nunca nombró a Perón o a Isabel o a
López Rega, pero los paralelismos y alusiones eran transparentes como en “El
Imperator-deus” (24 de mayo de 1974) para describir el “culto irracional,
obsecuente e idolátrico del carismático líder, caudillo, führer, duce o como se
le llame”.
UNA OBRA FECUNDA
Jorge L. García Venturini era un
nombre familiar para muchos alumnos secundarios y universitarios, que habían
estudiado a través de sus libros de texto que circulan desde hace veinte años:
“Curso de Historia de la Educación”, “Curso de Psicología”, “Curso de
Filosofía”.
Por supuesto que también lo conocían
los lectores de sus libros “Ante el fin de la historia”, o de trabajos como
“Proceso de Constitución de la filosofía: de Homero a Ferecides de Siro” (que
fue su tesis para doctorarse a los 25 años en la Universidad de Buenos Aires
tras graduarse dos años antes), “Introducción dinámica a la filosofía
política”, “Filosofía de la Historia” (publicada por Gredos en Madrid y que él
juzga su libro más maduro) y la primera historia completa escrita por un
latinoamericano, “Historia general de la filosofía”.
Estos libros, lo mismo que sus
opúsculos como “Antisemitismo y Cristianismo”, posición de un católico
argentino contra el antisemitismo, y “Reflexiones sobre la Iglesia en el
mundo”, y sus 22 traducciones de varios idiomas (inglés, francés, italiano,
griego) entre las que se cuenta “Filosofía de la historia” de Jacques Maritain,
y la versión íntegra de los fragmentos presocráticos, lo ubican claramente
entre las personalidades más interesantes y fecundas del pensamiento filosófico
argentino a pesar de su juventud. Es, por otra parte, el miembro más joven de
la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, elegido el año pasado por
unanimidad. Su popularidad ha crecido en los últimos tiempos.
FILOSOFÍA Y POPULARIDAD
-¿A qué atribuye esta popularidad?
-Preferentemente a las connotaciones
políticas de actualidad que tuvieron las notas mías en “La Prensa”. Desde 1974,
cuando nadie firmaba, yo salí al encuentro del régimen. Eso tuvo eco en la
gente, reconoció una voz que se necesitaba oír y que otros no levantaron. No lo
hice como filósofo sino como ciudadano que tenía que dar testimonio. Es un
designio de Dios dar testimonio. Y lo hice. Sin mencionar el hecho político
cotidiano, porque nunca hice referencia a hechos concretos de actualidad,
hablando de Hamlet o Platón, creo que contribuí al 24 de marzo.
-¿Cómo se siente ante esta fama?
-De manera ambivalente. Siempre temiendo
salir de mi ambiente específico, midiendo cada paso, preguntándome si está bien
que alguien que se ha dedicado a la tarea académica acepte reportajes en medios
de comunicación masivos. Al mismo tiempo el eco es gratificante porque,
lógicamente, los libros se leen más que antes. Mi pensamiento llega más
directamente gracias a esta suerte de popularidad. Pero siempre con el temor de
caer en el abaratamiento, aunque creo que tengo una doctrina viva, afirmada
profundamente en lo metafísico, de rigor lógico, pero viva, que sirve de clave
para entender lo que ocurre en el mundo.
-¿Cuándo comenzó a estudiar filosofía?
-A los 15 años vine a Buenos Aires
desde Bahía Blanca, donde había nacido. En 5° año me interesó la filosofía. En
ese entonces no se promocionaba esta carrera como ocurrió después. La filosofía
era una cosa exótica. Mi padre quería que fuese médico. Influyó mucho mi
profesor de filosofía en el Nacional y ciertas lecturas. A los 17 años andaba
siempre con el Discurso del método, de Descartes, bajo el brazo. Creo que a su
lectura por entonces debo una gran logicidad de pensamiento. También leía
intensamente a San Agustín.
-¿Piensa alguna vez escribir sus
memorias?
-Algún día, cuando cumpla 70 años, si
los cumplo, lo haré. Tengo tantas cosas que decir sobre la gente que he
conocido, sobre los tiempos que he vivido, sobre tantas vivencias personales
que sólo se pueden expresar de esa manera.
-¿Qué es la filosofía para usted?
-La filosofía es la mayor aventura de
la mente humana. Es la vanguardia del pensamiento, es el motor de la historia,
es la búsqueda de la verdad total. No hay nada sin filosofía. Nada se entiende
bien sin filosofía.
-¿Qué es un filósofo en la Argentina?
-En otros países, en los Estados
Unidos o en Europa, el filósofo tiene otro status. Aquí en general no. Una cosa
es un filósofo solitario, un anacoreta, un bohemio, y otra un filósofo padre de
familia. Yo tengo cuatro hijos y ello dificulta el vivir de la filosofía,
especialmente cuando ha interferido la política. Yo nunca hice concesiones a la
política, y dejé la cátedra cada vez que se colgaron retratos o se politizaron
los claustros.
-¿Cuál es su especialización?
-Yo trato de no dividir la filosofía.
Aunque he trabajado unas líneas más que otras, creo que la filosofía es una unidad.
La creciente cantidad de conocimientos hace que surjan especialidades dentro de
la filosofía. Hoy es muy difícil ser filósofo, sin más. Los últimos grandes
filósofos sin aditamentos han sido Heidegger, Ortega y Gasset, Sartre, Croce,
Maritain.
-¿Cuáles son sus maestros?
-Siento por maestros a toda la
tradición del Occidente filosófico. Desde los presocráticos hasta hoy, aunque
tengo una formación preferentemente clásica y tomista. No me siento vinculado
directamente con uno en particular, aunque reconozco que un filósofo que ha
influido mucho en mí, sobre todo en lo que hace a filosofía política y en buena
medida a filosofía de la historia, es Jacques Maritain. Pero, insisto, no
podría excluir a nadie. Además tengo la influencia de autores que no son filósofos.
De literatos y hasta de músicos. Menciono permanentemente a Shakespeare, a Walt
Whitman, por supuesto a los autores sagrados, especialmente los profetas y los
evangelistas. Debo también mucho a la música de Mozart. Para mí Mozart incide
como un pensador. Piensa a través de su música, en sus cuartetos, en sus
sinfonías, en sus misas.
SEMÁNTICA Y ACELERACIÓN DE LA HISTORIA
-¿Cuáles son sus temas principales?
-He trabajado fundamentalmente en
cuatro o cinco temas. Algunos los doy prácticamente por acabados. Lo que hace a
la filosofía política y a la filosofía de la historia. A otros dos temas
fundamentales los tengo por delante. Son la antropología filosófica y la
metafísica.
-¿Cuál entiende que ha sido su aporte
a la filosofía política?
-Haber puesto el énfasis en el valor
de la palabra. Creo que es mi aporte más original, incluso a nivel universal. En
filosofía política el vocabulario es el más manoseado, el más pervertido. La
palabra neurona, por ejemplo, se mueve en un ámbito diferente a la palabra
democracia. El laboratorio preserva; la calle, la redacción, el comité, no.
Entonces hay que restaurar los significados. La verdadera realidad es la
palabra. El lenguaje se va convirtiendo en la verdadera realidad, sustituye a
las otras realidades. En el Evangelio según San Juan se dice que “En el
Principio fue la Palabra”. Si en el principio fue la palabra, si Dios es la
palabra, esto permite reflexiones metafísicas, que culminan en Heidegger cuando
dice que “la palabra es la morada del ser”. Hay que redefinir los términos
fundamentales: democracia, pueblo, nación, estado, república, monarquía,
liberación, izquierda y derecha, etc. He procurado hacerlo.
-Una cuestión concreta, ¿por qué
divide la monarquía en cuatro clases y no en dos, como hacen casi todos los
tratadistas que hablan de absoluta y moderada?
-Yo hablo de monarquía absolutista,
absoluta, moderada y seudo-monarquía. No es posible poner a Ramsés II y a Luis
XIV bajo la misma clase. Ramsés II es dios y hasta adora su propia imagen. Luis
XIV, por más absoluto que sea, es un ser humano subordinado a Dios y a otros
valores. Tampoco es posible identificar a Isabel II con Jorge III, por ejemplo.
También es un absurdo llamar monarquía constitucional a la Inglaterra actual,
donde no hay monarquía (desde la reina Victoria) ni, en rigor, constitución. Es
una seudo-monarquía porque el que gobierna no es el monarca sino el pueblo a
través de sus representantes. Es una república encubierta. Se llega al
contrasentido de llamar “monarquía” (gobierno de uno) a Inglaterra y
“república” a la Cuba de Castro, a la Haití de Duvalier, o a la República
Dominicana de Trujillo. Es de locos el lenguaje que estamos usando.
-¿Qué es la aceleración de la historia
para usted?
-Me pasé 20 años buscando antecedentes
de ese tema y no los hallé. Aceleración significa que pasan más cosas en menos
tiempo. El tiempo histórico es cualitativo y no cuantitativo. Diez años son más
hoy que en el siglo XI y serán menos que en el siglo XXI. En los procesos
acelerados, el presente se nos angosta, el pasado se aleja más rápidamente y el
futuro se nos viene encima, sin previo aviso. El epicentro de causalidad que
estaba en el pasado se desplaza hacia el futuro. Ahora lo que pasa no es
consecuencia de lo que ha pasado sino más bien de lo que puede pasar. En la
aceleración está la causa profunda de ciertos fenómenos comunes, como la brecha
generacional, la desubicación espiritual, la obsolescencia precoz, etcétera.
-¿Cuál es la base de su teoría?
-Yo aplico la teoría de la relatividad
de Einstein a la historia. Saco una serie de coordenadas, aceleración,
compresión de la historia, incremento de la masa y la energía históricas, de
donde resultan claves formidables para entender un montón de cosas. Todo esto
me lleva a hablar del fin de la historia. Estoy convencido de que estamos en el
fin de una era histórica.
-¿Habla de una quinta edad, después de
la división clásica de edad antigua, media, moderna y contemporánea?
-No. He pretendido destruir esta
periodización habitual. No hablo de una quinta edad, como se hace
frecuentemente. Eso sería torpe, pueril. Hablo de una nueva era. Nosotros somos
la última generación de un eón histórico que se inició con Adán y se cierra con
nuestra generación. Ahora se está abriendo una era histórica que no tiene nada que
ver con la anterior. Por eso somos una generación bisagra. Se abre una era
histórica donde terminan muchas cosas, hasta los flagelos bíblicos del dolor,
el trabajo y aun la muerte. Por supuesto que hablo en teoría, que es lo que le
interesa al filósofo. Es como si se clausurara el ciclo adánico, venciendo
aquellos signos que iniciaron la biografía de los hombres. Vea usted que, por
primera vez desde que Caín se fue al Este del paraíso, la familia humana
constituye nuevamente una unidad y por primera vez, también desde entonces, puede
autoextinguirse como especie con un solo gesto. Creo haber explicado esto
extensamente en mi libro “Filosofía de la historia”.
EL ESPÍRITU DE OCCIDENTE
-¿Por qué dice que la historia no es
lo que ha pasado sino lo que nos ha pasado?
-La historia no es lo que hicieron los
otros sino lo que hacemos nosotros todos los días. La historia no es algo que
ya sucedió y se estudia en los libros. La historia nos constituye por dentro
por que el tiempo humano, que es el tiempo histórico, es nuestro propio tiempo
y todo lo que pasó nos ha pasado, aunque lo ignoremos. Nuestro ser está hecho
de eso que pasó. Por eso la historia es siempre contemporánea. Por eso Platón y
Aristóteles tienen nuestra edad y no son viejos de museos como creen algunos.
La historia es nuestra propia biografía. Es nuestra ficha clínica. No hay
remedio para los males de hoy si no conocemos nuestro pasado. Vivimos una época
con un solo tiempo histórico. Antes había discronía histórica. Nuestra
generación es la primera que está viviendo isocrónicamente. El alunizaje es el
signo más pleno de la unidad de la historia.
-¿Qué es el espíritu de Occidente?
-Advierto la expansión comunista, el
gran peligro al cual asistimos. El comunismo ha ocupado media humanidad y
tiende a ocupar la otra mitad. Un peligro totalitario que se llama comunismo,
que se llamó nazismo hace 30 años, éste felizmente abortado. Los que creemos
todavía en la libertad y en una serie de valores fundamentales tenemos que
enfrentar esta amenaza.
-¿Cómo?
-El marxismo tiene eco en la juventud
porque se presenta como una cosmovisión que pretende dar respuesta a todas las
preguntas. Frente a esa cosmovisión solamente nos queda levantar otra
cosmovisión. Y creo que la tenemos. La tradición occidental tiene elementos
suficientemente ricos, valiosos y todavía perdurables. Hay que darles forma,
ponerlos a la altura de los tiempos. Levantar una cosmovisión de libertad
frente a una cosmovisión de sometimiento. A esta cosmovisión, con sus raíces
hebreas o griegas y su síntesis e inspiración cristianas y sus aportes
posteriores, yo le llamo el Espíritu de Occidente. Y le llamo espíritu porque
puede encarnarse en otras áreas. No olvidemos que la unidad del mundo se está
haciendo en torno a la cultura occidental.
-¿Pero el marxismo no nació en
Occidente?
-Claro, pero el comunismo, como el
fascismo son las patologías de Occidente. Prefiero decir comunismo y no
marxismo porque a Marx lo respeto como pensador aunque no comparto nada de lo
que dice. Entre marxismo y comunismo hay diferencias de plano. Una cosa es el
nivel filosófico y otra la realidad política. Creo en la vieja y auténtica
tradición de Occidente. Con sus profetas, que nos hablaron de la trascendencia
del hombre; con sus filósofos griegos, que crearon la ciencia, el logos; frente
al mito, con la Revelación y la gran síntesis cristiana. Tenemos también a
nivel político la tradición liberal, que ha aportado contribuciones escritas de
profunda inspiración cristiana a partir de la Carta Magna inglesa, como la
Declaración de la Independencia y la Constitución de los Estados Unidos y nuestra
Constitución de 1853, que es un documento milagroso por su perfección, su
pureza. Creo que hay una rica tradición que estamos menospreciando,
descuidando. Mientras, avanza la otra cosa. Por arriba y por debajo. Por la
violencia o la inteligencia, que es aún más peligrosa que la violencia. En
síntesis. El comunismo se presenta como una cosmovisión. Es más que una
filosofía política o de la historia; tiene elementos religiosos aun siendo
atea. Por eso da respuestas totalizadoras que atraen a la juventud. Frente a
esto debemos levantar una cosa grande, trascendente, digna. Que esté a la
altura del enemigo, que no lo subestime, que lo enfrente en el núcleo de su
poder, no en la periferia.
-¿Usted también se ocupa de
antropología filosófica?
-Es otro de mis temas que todavía no
se ha traducido en libros, aunque sí en muchos artículos. Sostengo que no
sabemos qué es el hombre. A nivel filosófico-científico, no del saber revelado.
El tema de los trasplantes lo plantea claramente. Todavía no se sabe cuándo el
hombre está muerto. El último congreso internacional no pudo dar ninguna
definición válida de muerte. Y eso se debe a que no sabemos qué es el hombre
cuando está vivo. La muerte, qué gran tema aún insuficientemente explorado. Mi
antropología, aunque filosófica, pretende recoger todos los elementos actuales
de la ciencia, sobre todo tres pivotes fundamentales que son: la cibernética,
la biología molecular con el código genético, y la parapsicología, la seria,
por supuesto, no los fraudes que tanto abundan con ese nombre. Esos tres
elementos que aporta la ciencia actual vistos a la luz de la metafísica
tradicional. Porque esto no sirve para nada si no hay una metafísica fundante.
En síntesis, afirmo la condición espiritual y trascendente del ser humano y
procuro una mejor fundamentación científica de la misma.
-En cuanto a metafísica, ¿quiere
decirnos algo más?
-Sí, que he trabajado y trabajo por
una revaloración de la metafísica clásica, pero articulada y justificada con
toda la historia de la filosofía. Creo que es una tarea que no se ha hecho aún.
Y que quede claro que ningún saber merece el nombre de tal si no se sostiene en
la metafísica, esa disciplina desconocida, desde la cual vivimos,
inevitablemente, aunque lo ignoremos.
HORACIO DE DIOS
Revista GENTE 591 – 18 de noviembre de
1976.
Un agradecimiento al sitio www.magicasruinas.com.ar por haber recomendado este artículo.
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