El mayor proyecto político de los
argentinos comienza con estas palabras
Jorge L. García
Venturini
Hace tres años las Fuerzas Armadas
asumieron el poder ante el caos político, económico y social que vivía el país.
Se suspendieron las formas políticas convencionales, es decir, elecciones,
partidos, Congreso. Hoy las autoridades militares hablan de una reapertura del
diálogo político y del lanzamiento de un proyecto que lleve al país de regreso
a la democracia. Hacia una democracia fuerte, que tenga en sí misma los
mecanismos de defensa para quienes intenten vulnerarla. En etapas pasadas de la
vida argentina se intentaron proyectos con idéntico objetivo. Pero fracasaron.
El sentido de este ensayo es aportar un camino que prevenga contra el ejercicio
inmoral y corrupto del poder. ¿Ese camino no será acaso hacer cumplir la letra
y el espíritu de la Constitución Nacional, nada menos? Este es el fondo de la
charla con el filósofo Jorge L. García Venturini, quien acaba de desarrollar
estas cuestiones en su libro “Politeia”.
-¿Considera que los argentinos
necesitamos un proyecto político?
-No, no creo. En el proyecto nacional,
en todo eso… no creo. Los países no se han hecho con proyectos nacionales. Y
todas esas cosas que se hicieron en el Ministerio de Planeamiento, todo eso no
ha servido para nada.
-Pero fuera de ese tipo de
planeamiento, ¿no cree en la necesidad de contar con un plan para el futuro
político de la Argentina?
-No necesariamente, nos pasaríamos la
vida discutiendo el plan.
-¿Y un proyecto de vida común que…?
-No, no. Si es lo que dijo Ortega, eso
es otra cosa, y eso surge espontáneamente. Yo discrepo de entrada con todos los
lugares comunes habituales. No creo en la necesidad de redactar ningún proyecto
político o proyecto nacional. Tampoco creo en el ser nacional –expresión que no
tiene más de quince años- ni todas esas cosas. Ni tenemos que ponernos de
acuerdo futuribles ni futurables, ni imaginar “el país que queremos”. En fin,
son todas expresiones en las que no creo.
-¿Es posible que la Constitución de
1853 sea el proyecto político del país que algunos buscan en esas creaciones?
-Sí. Si hay un proyecto político
válido es la Constitución del 53. Si a eso lo queremos llamar proyecto
político, sí. Que está plenamente vigente, sí. No hay un proyecto político de
la generación del ochenta que haya caducado, como algunos dicen. No lo hubo
nunca. Su proyecto fue la Constitución del ’53. Son formas de enmascarar al
populismo-peronismo para no hablar de lo único que hay que hablar en este país:
el populista peronista. Y de eso es lo que no se habla. Se usan todas estas
paráfrasis que no llevan a nada, que nos llevaron al ’73 y que nos pueden
llevar nuevamente a otras calamidades. Ahora, si hay proyecto político, es la
Constitución. Punto.
-Tenemos una experiencia reciente en
que las autoridades se eligieron conforme a las vías previstas por la
Constitución –si bien es cierto que con algunas modificaciones cuya validez ha
sido impugnada fundadamente por muchos constitucionalistas-. En determinado momento
el país se paralizó. Y ninguno de los poderes constitucionalmente previstos
pudo sacar a la República de la situación en la que se encontraba. Y hubo
entonces que recurrir a una instancia no constitucional. ¿No nos va a ocurrir
lo mismo ahora?
-Puede ocurrir lo mismo. Primero,
porque la Constitución como tal –aunque fuera la más perfecta constitución del
mundo- no es suficiente para dar solución a los problemas de un país o para
evitar los males. Nuestra Constitución puede ser calificada de perfecta, como
texto. Como hay otras en el mundo. Pero, por más perfecta que sea no puede
evitar lo que hemos pasado. Porque como diría Platón, la calidad de una
sociedad no se mide por las encinas y las rocas sino por la calidad de las
personas que la integran. La mejor de las constituciones, si no está vivida y
realizada por los habitantes de ese país –el 90% del nuestro no conoce la
Constitución- es un papel, es un texto, perfecto como puede ser un poema o una
sinfonía pero que no tiene realización.
-Si al país tal como es, no como nos
gustaría que fuera, no se lo puede gobernar aplicando esa Constitución,
¿podemos decir que es perfecta?
-Esta Constitución es perfecta para
gobernar el país. Pero, ¿qué sucede? En este país hay un conjunto de
estructuras o infraestructuras anticonstitucionales que perduran. Como es la
CGT y todo el sindicalismo totalitario. Esta Constitución no tendrá éxito
mientras no se erradiquen todas esas instancias anticonstitucionales que se
engendraron durante cuatro décadas en el país. Ese es el problema. Es inútil
pintar el auto por fuera si el motor no anda. Es inútil arreglarle la cara a un
señor si tiene cáncer adentro. Nosotros no podemos salir a una contienda
electoral sobre la base de los principios constitucionales, cuando está pervertida
ya la estructura por una CGT y por una organización sindical que lleva la
boleta de un partido al último rincón del país compulsivamente y va a hacer
ganar siempre a esa tendencia. Lo que hay que hacer es terminar con todas esas
perversiones que se han institucionalizado. No hay Constitución por más
perfecta que sea, ni ésta ni cualquier reforma que se le haga, que pueda salvar
tal situación.
-La Constitución ha sido atacada
muchas veces por los enemigos de la libertad. Hoy, en cambio, es entre los defensores
de la libertad donde hay cierta desconfianza en que la Constitución sea
garantía de las libertades fundamentales.
-La Constitución no es garantía por
eso que acabo de decir. Primero la Constitución por sí no es garantía de nada.
Es una declaración de propósitos, de ideales. Al realizarla la realizan hombres
concretos en situaciones concretas. Esta Constitución, como quiera que sea,
tiene ciento veinte años, fue creada en circunstancias distintas. Pero, sobre
todas las cosas, nuestra Constitución, que es una de las piezas
constitucionales más perfectas que se hayan hecho en el mundo, no anda en la
medida en que haya ya institucionalizadas situaciones anticonstitucionales.
-¿Cuáles exactamente?
-La CGT es anticonstitucional, la ley
de asociaciones es anticonstitucional, el descuento compulsivo es
anticonstitucional. La forma en que se prepararon las elecciones del ’73. Se
violó a priori la Constitución. Es decir, ya estaba la Constitución violada,
después la violaron cuando subieron al gobierno, pero ya estaba violada antes. Los
partidos políticos habían sido disueltos, no sólo suspendidos, disueltos, y la
CGT estaba intacta. Y luego se llama a elecciones en seis meses y lógicamente
va a ganar el único partido que está identificado con la CGT que es el peronismo.
Entonces, ¿cómo la Constitución va a funcionar? Eso en cuanto a la segunda
parte. Hay que empezar por distinguir la primera de la segunda parte. Los
treinta y cinco primeros artículos que hacen a declaraciones de derechos y
garantías, que los constitucionalistas llaman la parte “dogmática” o la parte
“pétrea” (términos que no me gustan mucho, prefiero llamarla como se llama:
“Declaraciones de derechos y garantías”) eso es perfecto, inobjetable, un
verdadero monumento al servicio de la dignidad humana.
-¿No habría un conflicto entre eso y
los mecanismos previstos para la designación de las autoridades en la otra
parte de la Constitución?
-Claro. Luego viene la segunda parte
hasta el artículo 110, que son los mecanismos de elección de las autoridades.
No en detalle –porque no hay en el texto constitucional ninguna ley electoral
explícita o implícita-. Evidentemente, de esa segunda parte puede surgir un
gobierno que atente contra la primera parte. Bueno, eso es inevitable, de eso
no tiene la culpa la Constitución ni se arregla con ninguna reforma, aunque
puede dictarse una ley electoral más exigente. Insisto, el problema fundamental
acá radica en que se han institucionalizado formas anticonstitucionales que
violan la Constitución ya antes de su eventual aplicación. La violaron antes
del ’46, la violaron antes del ’73, y la están violando ya ahora con todo el
aparato cegetista intacto. Repito, mientras no se erradique totalmente esa
infraestructura anticonstitucional, y un conjunto de leyes anticonstitucionales
vigentes en todos los órdenes, no sólo en el orden sindical y laboral, no hay
Constitución que valga, ni ésta ni otra concebible, suponiendo que pudiera ser
más perfecta que ésta. Segundo asunto; aun erradicado todo eso podría ser que
en un juego limpio, en una elección limpia ganara el mal. O sea, ganaran en
virtud de la segunda parte, aquellos que violarían la primera parte. En tal
caso, en cuanto la violan, se colocan ya fuera de la Constitución. En cuanto
dejan de respetar los derechos individuales, se colocan automáticamente al
margen de la Constitución.
-¿Qué pasa cuando un gobierno que no
respeta esos derechos cuenta con el respaldo de la mayoría?
-Eso está contestado en mi libro
Politeia. Se produce la colisión entre esas dos partes. Porque ¿qué pasa? Las
constituciones como la nuestra, inspirada en la de los Estados Unidos (allá se
suma Declaración de la Independencia más Constitución, y las declaraciones de
derechos están en la Declaración de la Independencia, pero para el caso es lo
mismo) surgen en el siglo XVIII, en una época muy ingenua de la Historia. Como
se vivía bajo la monarquía absoluta, prepotente, despótica, se creía que, en
cuanto el pueblo se expresara, siempre se iba a definir a favor de las
libertades, de los derechos, del respeto por el otro. Y en la Declaración de la
Independencia de los Estados Unidos está muy claro esto. Ahí se habla por
primera vez de los derechos inalienables de las personas, el derecho a la vida,
a la libertad y a la prosecución de la felicidad. E inmediatamente después dice
“y esto estará garantizado por la voluntad popular”. Eso es una ingenuidad.
Lamentablemente desde que Hitler subió al poder por sufragio popular, terminó o
debió terminar esa ingenuidad: 1933 puede ser un hito al respecto. En el año 33
quedó demostrado que podía haber colisión entre la expresión mayoritaria y los
derechos individuales. Como esa definición de Lincoln, “by the people, of the
people and for the people”, es una expresión de deseos maravillosa, pero puede
ser que “of” puede atentar contra el “for”, y lo que fue “del” pueblo no ser
“para” el pueblo.
-Es decir que la fuente de validez de
la Constitución no tiene nada que ver con la adhesión popular que concite…
-Claro. Esto nace en el siglo XVIII,
en una época de ingenuidad, y se prolonga hasta nuestro siglo, yo diría hasta
la Primera Guerra Mundial, o como dije, hasta 1933, para poner una fecha
simbólica. Se creía que ambas fuerzas, que el voto popular, siempre era
garantía de los derechos individuales, y que sólo un golpe de estado militar o
una oligarquía dominante eran atentatorias contra esas libertades, contra esos
derechos. Pero mientras el pueblo se expresara libremente, siempre iba a
coincidir con los derechos individuales. Hoy ya sabemos que no es así. Entonces
estamos ante este drama, y por eso la duda de tantos constitucionalistas, que
no saben qué hacer: Sí, la Constitución es perfecta, pero si la aplicamos, ¡ojo
que…! Todos los liberales estamos ante ese drama. Personalmente, este drama lo
vivo desde hace treinta años, otros recién ahora se están dando cuenta. Pero a
los quince años ya advertí la colisión. Desde que supe lo que pasó en el ’33
con la subida de Hitler al poder… Bueno, todo esto que habíamos creído durante
doscientos años se derrumba. La mayoría del pueblo puede apoyar a un loco. Ese
es el drama. La Constitución por sí sola no es panacea. En primer lugar, en
nuestro país, porque tenemos siempre las estructuras totalitarias y
anticonstitucionales que van a viciar cualquier puesta en marcha de la Constitución.
Siempre será una pseudo puesta en marcha.
-¿La legitimidad de un gobierno no
surge entonces de la adhesión popular, por amplia que sea la mayoría que pueda
conseguir en cualquier elección?
-Yo digo claramente en Politeia que la
llamada legalidad o legitimidad de origen, no basta. Lo que importa es la
legitimidad de ejercicio. Es la legitimidad de ejercicio la que legitima el
poder. Eso lo habían dicho todos los escolásticos y toda la tradición clásica
hasta el siglo XVIII. Recién en este siglo aparece la legitimidad de origen o
legalidad. A Santo Tomás nunca se le hubiera ocurrido que el mejor gobierno era
el que había sido elegido. El mejor gobierno es el que mejor gobierna. El
origen, la herencia, que en aquella época era lo más común, la elección de los
notables, en fin, el sufragio, eso era accidental. Recién en el siglo XVIII,
especialmente con Rousseau, se afirma que sólo la voluntad general era la que
legitimaba el poder. Entonces yo hago la distinción entre legalidad y
legitimidad. Puede haber legalidad: Hitler en 1933 tuvo legalidad, pero no tuvo
legitimidad, porque violó inmediatamente todos los derechos humanos. Quiero
agregar que el fundamento teológico de estos derechos es el único válido. Sin
fundamento teológico todo esto se derrumba. Si las autoridades surgidas en
virtud de la segunda parte de la Constitución violaran los principios, derechos
y garantías de la primera parte, automáticamente se colocarían fuera de la
Constitución. Por eso es falsa la fraseología utilizada en los años 73/76 de
que los institucionalistas eran los que estaban en el gobierno. No, no eran
ellos, porque ellos estaban violando los derechos constitucionales. El hecho de
haber surgido por sufragio –digamos de paso, falseado, fraudulento, como lo
fueron las elecciones del ’73-, pero aunque no hubieran sido fraudulentas, al
día siguiente ya estaban fuera de la Constitución, porque estaban violando
todos los derechos y garantías establecidos por el mismo texto constitucional
en su primera parte.
-De todas maneras. ¿Usted no cree en
la necesidad de modificar el mecanismo de elección de autoridades que está en
la segunda parte de la Constitución?
-Personalmente, no soy
constitucionalista; así que no soy autoridad para opinar sobre eso. Pero no, yo
no lo veo. Puede haber algún reajuste… pero estimo que la cuestión está en la
ley electoral. No hace falta tocar la Constitución. Considero que a la
Constitución no hay que tocarla.
-Pero a la vez piensa que no están
dadas las condiciones para la aplicación de la Constitución.
-Por supuesto. Eso es lo fundamental.
Por esas infraestructuras anticonstitucionales y que van a inutilizar cualquier
esfuerzo que se haga bajo el nombre de la Constitución. Porque la Constitución
no puede establecerse sobre una arena movediza.
-Fuera de los grupos interesados
directamente en mantener esa situación, ¿no cree usted que en los argentinos no
hay suficiente claridad sobre este problema?
-Quizá al 90 por ciento de los
argentinos no les importa nada todo esto. Esa gente está más preocupada por el
triunfo de su equipo predilecto. A lo sumo le interesa la situación económica.
Otro problema: la Constitución la ha leído el uno por ciento de los argentinos
en el mejor de los casos. Y la ha entendido el uno por mil. Así que hay que
matizar las expresiones. En general se ignora la Constitución, se ignoran sus
derechos y garantías… Hasta es difícil comprar un ejemplar. Entre los
constitucionalistas argentinos sí existe este problema: al haber tomado
conciencia que ese instrumento maravilloso del cual fueron custodios, se dan
cuenta que la aplicación lisa y llana de ese instrumento, en este momento o en
cualquier otro momento, mes más o mes menos, va a significar la destrucción de
esos principios. Lo que no se dan cuenta es de que el problema está en eso que
estoy diciendo –o se dan cuenta y no lo dicen-, en esas estructuras
institucionalizadas que van a viciar cualquier esfuerzo que se haga por establecer
la Constitución.
-Es posible entonces que la
Constitución sea nuestro proyecto político, pero lo que falta es algo más
grave, falta el sustento humano, ¿es eso?
-Lo que falta es limpiar el país. Si
yo tengo acá un hermoso mueble en una habitación llena de mugre y de
cucarachas, evidentemente no va a lucir. Este país no ha sido limpiado. O si
prefiere padece de un cáncer que no ha sido erradicado. Y la Constitución no
tiene virtudes como para curar así, por mero acto de aplicación.
-¿Qué podemos hacer entonces?
Seguir clamando en el desierto para
terminar con el cáncer que se introdujo en el país hace treinta y cinco años, y
que no ha sido erradicado. Salvo por la Revolución Libertadora que en parte lo
logró, pero quedó una metástasis por ahí, una traición posterior, y volvimos a
las andadas. Y vamos a volver a las andadas cada vez que esto se repita. Por
eso todas estas consultas, toda esta fraseología, “propuesta nacional”, “propuesta
política”, “plan político”, “unidad nacional”, todo es en vano.
-¿Qué haría falta para sacar al país
de esa insensibilidad frente al problema?
-Hacer las cosas como Dios manda, y
que se haga educación cívica y que se motive a la gente. Y no la propaganda oficial
y nada pedagógica.
Además de eso, la defensa permanente
de los derechos, inalienables de las personas. Es la eterna lucha de los que
creemos en determinados valores y los que no creen en ellos.
Por eso, si, elecciones, pero previo
desmantelamiento de las estructuras demagógicas y totalitarias, previa
educación cívica, etc. Si no, elecciones no. Los que son inalienables son los
derechos. Lo demás es formal y secundario. Primero, yo tengo que tomar todos
los recaudos para que la elección sea de acuerdo al espíritu y la letra de la
Constitución. Para eso tengo que barrer la casa. Si después de barrer la casa
también sale mal, porque puede salir mal, por la demagogia del candidato, o por
lo que sea, bueno, luego conversaremos.
-¿El fundamento sería teológico?
-Teológico. Santo Tomás lo dice muy
claramente. Porque en ese caso entonces el subversivo no es el que se rebela
sino el que está arriba que ha subvertido el orden. Porque al violar los
derechos se convierte él en subversivo, entonces el pacto social queda
destruido.
-Lo esencial son los derechos y
garantías, el resto sería un simple instrumento…
-Un instrumento, que en ese momento se
pensó que era el mejor. Montesquieu, sobre todo, con la división de poderes.
Frente a la monarquía que era absoluta pensó que esto era mejor. No sé si es el
mejor, pero no hay muchas alternativas. Formas de gobierno no hay más que dos:
la monarquía o la república. La mejor forma posible, que puede ser ésta, no es
de suyo ninguna panacea. Pero los derechos humanos son anteriores y superiores
al Estado y a todo poder político y a toda mayoría ocasional. Son inherentes a
la condición humana. Por eso niego el concepto de soberanía. Es inaplicable, no
hay nadie soberano en este mundo, el único soberano es Dios. Porque si el
pueblo fuera soberano, o la mayoría fuera soberana, o el pueblo, expresándose a
través de la mayoría o el Estado fuera soberano, está por sobre mis derechos.
¿A quién apelo yo? ¡Si soberanía significa poder inapelable! El concepto mismo
de soberanía está destruyendo el concepto de derechos humanos.
Muchos, inclusive constitucionalistas,
no ven la situación en su profundidad, en su sutileza. Es un problema más
antropológico que político.
Cualquier gobernante que viole esos
derechos se coloca fuera del texto constitucional. Y fuera de la ley de Dios,
que es mucho más grave. En el valle de Josafat va a tener que rendir cuentas.
ÁLVARO TORRES DE TOLOSA
Revista GENTE 712 – 15 de marzo de 1979.