martes, 19 de septiembre de 2017

“NOS LOS REPRESENTANTES DEL PUEBLO…”


El mayor proyecto político de los argentinos comienza con estas palabras

 Jorge L. García Venturini

Hace tres años las Fuerzas Armadas asumieron el poder ante el caos político, económico y social que vivía el país. Se suspendieron las formas políticas convencionales, es decir, elecciones, partidos, Congreso. Hoy las autoridades militares hablan de una reapertura del diálogo político y del lanzamiento de un proyecto que lleve al país de regreso a la democracia. Hacia una democracia fuerte, que tenga en sí misma los mecanismos de defensa para quienes intenten vulnerarla. En etapas pasadas de la vida argentina se intentaron proyectos con idéntico objetivo. Pero fracasaron. El sentido de este ensayo es aportar un camino que prevenga contra el ejercicio inmoral y corrupto del poder. ¿Ese camino no será acaso hacer cumplir la letra y el espíritu de la Constitución Nacional, nada menos? Este es el fondo de la charla con el filósofo Jorge L. García Venturini, quien acaba de desarrollar estas cuestiones en su libro “Politeia”.

-¿Considera que los argentinos necesitamos un proyecto político?
-No, no creo. En el proyecto nacional, en todo eso… no creo. Los países no se han hecho con proyectos nacionales. Y todas esas cosas que se hicieron en el Ministerio de Planeamiento, todo eso no ha servido para nada.
-Pero fuera de ese tipo de planeamiento, ¿no cree en la necesidad de contar con un plan para el futuro político de la Argentina?
-No necesariamente, nos pasaríamos la vida discutiendo el plan.
-¿Y un proyecto de vida común que…?
-No, no. Si es lo que dijo Ortega, eso es otra cosa, y eso surge espontáneamente. Yo discrepo de entrada con todos los lugares comunes habituales. No creo en la necesidad de redactar ningún proyecto político o proyecto nacional. Tampoco creo en el ser nacional –expresión que no tiene más de quince años- ni todas esas cosas. Ni tenemos que ponernos de acuerdo futuribles ni futurables, ni imaginar “el país que queremos”. En fin, son todas expresiones en las que no creo.
-¿Es posible que la Constitución de 1853 sea el proyecto político del país que algunos buscan en esas creaciones?
-Sí. Si hay un proyecto político válido es la Constitución del 53. Si a eso lo queremos llamar proyecto político, sí. Que está plenamente vigente, sí. No hay un proyecto político de la generación del ochenta que haya caducado, como algunos dicen. No lo hubo nunca. Su proyecto fue la Constitución del ’53. Son formas de enmascarar al populismo-peronismo para no hablar de lo único que hay que hablar en este país: el populista peronista. Y de eso es lo que no se habla. Se usan todas estas paráfrasis que no llevan a nada, que nos llevaron al ’73 y que nos pueden llevar nuevamente a otras calamidades. Ahora, si hay proyecto político, es la Constitución. Punto.
-Tenemos una experiencia reciente en que las autoridades se eligieron conforme a las vías previstas por la Constitución –si bien es cierto que con algunas modificaciones cuya validez ha sido impugnada fundadamente por muchos constitucionalistas-. En determinado momento el país se paralizó. Y ninguno de los poderes constitucionalmente previstos pudo sacar a la República de la situación en la que se encontraba. Y hubo entonces que recurrir a una instancia no constitucional. ¿No nos va a ocurrir lo mismo ahora?
-Puede ocurrir lo mismo. Primero, porque la Constitución como tal –aunque fuera la más perfecta constitución del mundo- no es suficiente para dar solución a los problemas de un país o para evitar los males. Nuestra Constitución puede ser calificada de perfecta, como texto. Como hay otras en el mundo. Pero, por más perfecta que sea no puede evitar lo que hemos pasado. Porque como diría Platón, la calidad de una sociedad no se mide por las encinas y las rocas sino por la calidad de las personas que la integran. La mejor de las constituciones, si no está vivida y realizada por los habitantes de ese país –el 90% del nuestro no conoce la Constitución- es un papel, es un texto, perfecto como puede ser un poema o una sinfonía pero que no tiene realización.
-Si al país tal como es, no como nos gustaría que fuera, no se lo puede gobernar aplicando esa Constitución, ¿podemos decir que es perfecta?
-Esta Constitución es perfecta para gobernar el país. Pero, ¿qué sucede? En este país hay un conjunto de estructuras o infraestructuras anticonstitucionales que perduran. Como es la CGT y todo el sindicalismo totalitario. Esta Constitución no tendrá éxito mientras no se erradiquen todas esas instancias anticonstitucionales que se engendraron durante cuatro décadas en el país. Ese es el problema. Es inútil pintar el auto por fuera si el motor no anda. Es inútil arreglarle la cara a un señor si tiene cáncer adentro. Nosotros no podemos salir a una contienda electoral sobre la base de los principios constitucionales, cuando está pervertida ya la estructura por una CGT y por una organización sindical que lleva la boleta de un partido al último rincón del país compulsivamente y va a hacer ganar siempre a esa tendencia. Lo que hay que hacer es terminar con todas esas perversiones que se han institucionalizado. No hay Constitución por más perfecta que sea, ni ésta ni cualquier reforma que se le haga, que pueda salvar tal situación.
-La Constitución ha sido atacada muchas veces por los enemigos de la libertad. Hoy, en cambio, es entre los defensores de la libertad donde hay cierta desconfianza en que la Constitución sea garantía de las libertades fundamentales.
-La Constitución no es garantía por eso que acabo de decir. Primero la Constitución por sí no es garantía de nada. Es una declaración de propósitos, de ideales. Al realizarla la realizan hombres concretos en situaciones concretas. Esta Constitución, como quiera que sea, tiene ciento veinte años, fue creada en circunstancias distintas. Pero, sobre todas las cosas, nuestra Constitución, que es una de las piezas constitucionales más perfectas que se hayan hecho en el mundo, no anda en la medida en que haya ya institucionalizadas situaciones anticonstitucionales.
-¿Cuáles exactamente?
-La CGT es anticonstitucional, la ley de asociaciones es anticonstitucional, el descuento compulsivo es anticonstitucional. La forma en que se prepararon las elecciones del ’73. Se violó a priori la Constitución. Es decir, ya estaba la Constitución violada, después la violaron cuando subieron al gobierno, pero ya estaba violada antes. Los partidos políticos habían sido disueltos, no sólo suspendidos, disueltos, y la CGT estaba intacta. Y luego se llama a elecciones en seis meses y lógicamente va a ganar el único partido que está identificado con la CGT que es el peronismo. Entonces, ¿cómo la Constitución va a funcionar? Eso en cuanto a la segunda parte. Hay que empezar por distinguir la primera de la segunda parte. Los treinta y cinco primeros artículos que hacen a declaraciones de derechos y garantías, que los constitucionalistas llaman la parte “dogmática” o la parte “pétrea” (términos que no me gustan mucho, prefiero llamarla como se llama: “Declaraciones de derechos y garantías”) eso es perfecto, inobjetable, un verdadero monumento al servicio de la dignidad humana.
-¿No habría un conflicto entre eso y los mecanismos previstos para la designación de las autoridades en la otra parte de la Constitución?
-Claro. Luego viene la segunda parte hasta el artículo 110, que son los mecanismos de elección de las autoridades. No en detalle –porque no hay en el texto constitucional ninguna ley electoral explícita o implícita-. Evidentemente, de esa segunda parte puede surgir un gobierno que atente contra la primera parte. Bueno, eso es inevitable, de eso no tiene la culpa la Constitución ni se arregla con ninguna reforma, aunque puede dictarse una ley electoral más exigente. Insisto, el problema fundamental acá radica en que se han institucionalizado formas anticonstitucionales que violan la Constitución ya antes de su eventual aplicación. La violaron antes del ’46, la violaron antes del ’73, y la están violando ya ahora con todo el aparato cegetista intacto. Repito, mientras no se erradique totalmente esa infraestructura anticonstitucional, y un conjunto de leyes anticonstitucionales vigentes en todos los órdenes, no sólo en el orden sindical y laboral, no hay Constitución que valga, ni ésta ni otra concebible, suponiendo que pudiera ser más perfecta que ésta. Segundo asunto; aun erradicado todo eso podría ser que en un juego limpio, en una elección limpia ganara el mal. O sea, ganaran en virtud de la segunda parte, aquellos que violarían la primera parte. En tal caso, en cuanto la violan, se colocan ya fuera de la Constitución. En cuanto dejan de respetar los derechos individuales, se colocan automáticamente al margen de la Constitución.
-¿Qué pasa cuando un gobierno que no respeta esos derechos cuenta con el respaldo de la mayoría?
-Eso está contestado en mi libro Politeia. Se produce la colisión entre esas dos partes. Porque ¿qué pasa? Las constituciones como la nuestra, inspirada en la de los Estados Unidos (allá se suma Declaración de la Independencia más Constitución, y las declaraciones de derechos están en la Declaración de la Independencia, pero para el caso es lo mismo) surgen en el siglo XVIII, en una época muy ingenua de la Historia. Como se vivía bajo la monarquía absoluta, prepotente, despótica, se creía que, en cuanto el pueblo se expresara, siempre se iba a definir a favor de las libertades, de los derechos, del respeto por el otro. Y en la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos está muy claro esto. Ahí se habla por primera vez de los derechos inalienables de las personas, el derecho a la vida, a la libertad y a la prosecución de la felicidad. E inmediatamente después dice “y esto estará garantizado por la voluntad popular”. Eso es una ingenuidad. Lamentablemente desde que Hitler subió al poder por sufragio popular, terminó o debió terminar esa ingenuidad: 1933 puede ser un hito al respecto. En el año 33 quedó demostrado que podía haber colisión entre la expresión mayoritaria y los derechos individuales. Como esa definición de Lincoln, “by the people, of the people and for the people”, es una expresión de deseos maravillosa, pero puede ser que “of” puede atentar contra el “for”, y lo que fue “del” pueblo no ser “para” el pueblo.
-Es decir que la fuente de validez de la Constitución no tiene nada que ver con la adhesión popular que concite…
-Claro. Esto nace en el siglo XVIII, en una época de ingenuidad, y se prolonga hasta nuestro siglo, yo diría hasta la Primera Guerra Mundial, o como dije, hasta 1933, para poner una fecha simbólica. Se creía que ambas fuerzas, que el voto popular, siempre era garantía de los derechos individuales, y que sólo un golpe de estado militar o una oligarquía dominante eran atentatorias contra esas libertades, contra esos derechos. Pero mientras el pueblo se expresara libremente, siempre iba a coincidir con los derechos individuales. Hoy ya sabemos que no es así. Entonces estamos ante este drama, y por eso la duda de tantos constitucionalistas, que no saben qué hacer: Sí, la Constitución es perfecta, pero si la aplicamos, ¡ojo que…! Todos los liberales estamos ante ese drama. Personalmente, este drama lo vivo desde hace treinta años, otros recién ahora se están dando cuenta. Pero a los quince años ya advertí la colisión. Desde que supe lo que pasó en el ’33 con la subida de Hitler al poder… Bueno, todo esto que habíamos creído durante doscientos años se derrumba. La mayoría del pueblo puede apoyar a un loco. Ese es el drama. La Constitución por sí sola no es panacea. En primer lugar, en nuestro país, porque tenemos siempre las estructuras totalitarias y anticonstitucionales que van a viciar cualquier puesta en marcha de la Constitución. Siempre será una pseudo puesta en marcha.
-¿La legitimidad de un gobierno no surge entonces de la adhesión popular, por amplia que sea la mayoría que pueda conseguir en cualquier elección?
-Yo digo claramente en Politeia que la llamada legalidad o legitimidad de origen, no basta. Lo que importa es la legitimidad de ejercicio. Es la legitimidad de ejercicio la que legitima el poder. Eso lo habían dicho todos los escolásticos y toda la tradición clásica hasta el siglo XVIII. Recién en este siglo aparece la legitimidad de origen o legalidad. A Santo Tomás nunca se le hubiera ocurrido que el mejor gobierno era el que había sido elegido. El mejor gobierno es el que mejor gobierna. El origen, la herencia, que en aquella época era lo más común, la elección de los notables, en fin, el sufragio, eso era accidental. Recién en el siglo XVIII, especialmente con Rousseau, se afirma que sólo la voluntad general era la que legitimaba el poder. Entonces yo hago la distinción entre legalidad y legitimidad. Puede haber legalidad: Hitler en 1933 tuvo legalidad, pero no tuvo legitimidad, porque violó inmediatamente todos los derechos humanos. Quiero agregar que el fundamento teológico de estos derechos es el único válido. Sin fundamento teológico todo esto se derrumba. Si las autoridades surgidas en virtud de la segunda parte de la Constitución violaran los principios, derechos y garantías de la primera parte, automáticamente se colocarían fuera de la Constitución. Por eso es falsa la fraseología utilizada en los años 73/76 de que los institucionalistas eran los que estaban en el gobierno. No, no eran ellos, porque ellos estaban violando los derechos constitucionales. El hecho de haber surgido por sufragio –digamos de paso, falseado, fraudulento, como lo fueron las elecciones del ’73-, pero aunque no hubieran sido fraudulentas, al día siguiente ya estaban fuera de la Constitución, porque estaban violando todos los derechos y garantías establecidos por el mismo texto constitucional en su primera parte.
-De todas maneras. ¿Usted no cree en la necesidad de modificar el mecanismo de elección de autoridades que está en la segunda parte de la Constitución?
-Personalmente, no soy constitucionalista; así que no soy autoridad para opinar sobre eso. Pero no, yo no lo veo. Puede haber algún reajuste… pero estimo que la cuestión está en la ley electoral. No hace falta tocar la Constitución. Considero que a la Constitución no hay que tocarla.
-Pero a la vez piensa que no están dadas las condiciones para la aplicación de la Constitución.
-Por supuesto. Eso es lo fundamental. Por esas infraestructuras anticonstitucionales y que van a inutilizar cualquier esfuerzo que se haga bajo el nombre de la Constitución. Porque la Constitución no puede establecerse sobre una arena movediza.
-Fuera de los grupos interesados directamente en mantener esa situación, ¿no cree usted que en los argentinos no hay suficiente claridad sobre este problema?
-Quizá al 90 por ciento de los argentinos no les importa nada todo esto. Esa gente está más preocupada por el triunfo de su equipo predilecto. A lo sumo le interesa la situación económica. Otro problema: la Constitución la ha leído el uno por ciento de los argentinos en el mejor de los casos. Y la ha entendido el uno por mil. Así que hay que matizar las expresiones. En general se ignora la Constitución, se ignoran sus derechos y garantías… Hasta es difícil comprar un ejemplar. Entre los constitucionalistas argentinos sí existe este problema: al haber tomado conciencia que ese instrumento maravilloso del cual fueron custodios, se dan cuenta que la aplicación lisa y llana de ese instrumento, en este momento o en cualquier otro momento, mes más o mes menos, va a significar la destrucción de esos principios. Lo que no se dan cuenta es de que el problema está en eso que estoy diciendo –o se dan cuenta y no lo dicen-, en esas estructuras institucionalizadas que van a viciar cualquier esfuerzo que se haga por establecer la Constitución.
-Es posible entonces que la Constitución sea nuestro proyecto político, pero lo que falta es algo más grave, falta el sustento humano, ¿es eso?
-Lo que falta es limpiar el país. Si yo tengo acá un hermoso mueble en una habitación llena de mugre y de cucarachas, evidentemente no va a lucir. Este país no ha sido limpiado. O si prefiere padece de un cáncer que no ha sido erradicado. Y la Constitución no tiene virtudes como para curar así, por mero acto de aplicación.
-¿Qué podemos hacer entonces?
Seguir clamando en el desierto para terminar con el cáncer que se introdujo en el país hace treinta y cinco años, y que no ha sido erradicado. Salvo por la Revolución Libertadora que en parte lo logró, pero quedó una metástasis por ahí, una traición posterior, y volvimos a las andadas. Y vamos a volver a las andadas cada vez que esto se repita. Por eso todas estas consultas, toda esta fraseología, “propuesta nacional”, “propuesta política”, “plan político”, “unidad nacional”, todo es en vano.
-¿Qué haría falta para sacar al país de esa insensibilidad frente al problema?
-Hacer las cosas como Dios manda, y que se haga educación cívica y que se motive a la gente. Y no la propaganda oficial y nada pedagógica.
Además de eso, la defensa permanente de los derechos, inalienables de las personas. Es la eterna lucha de los que creemos en determinados valores y los que no creen en ellos.
Por eso, si, elecciones, pero previo desmantelamiento de las estructuras demagógicas y totalitarias, previa educación cívica, etc. Si no, elecciones no. Los que son inalienables son los derechos. Lo demás es formal y secundario. Primero, yo tengo que tomar todos los recaudos para que la elección sea de acuerdo al espíritu y la letra de la Constitución. Para eso tengo que barrer la casa. Si después de barrer la casa también sale mal, porque puede salir mal, por la demagogia del candidato, o por lo que sea, bueno, luego conversaremos.
-¿El fundamento sería teológico?
-Teológico. Santo Tomás lo dice muy claramente. Porque en ese caso entonces el subversivo no es el que se rebela sino el que está arriba que ha subvertido el orden. Porque al violar los derechos se convierte él en subversivo, entonces el pacto social queda destruido.
-Lo esencial son los derechos y garantías, el resto sería un simple instrumento…
-Un instrumento, que en ese momento se pensó que era el mejor. Montesquieu, sobre todo, con la división de poderes. Frente a la monarquía que era absoluta pensó que esto era mejor. No sé si es el mejor, pero no hay muchas alternativas. Formas de gobierno no hay más que dos: la monarquía o la república. La mejor forma posible, que puede ser ésta, no es de suyo ninguna panacea. Pero los derechos humanos son anteriores y superiores al Estado y a todo poder político y a toda mayoría ocasional. Son inherentes a la condición humana. Por eso niego el concepto de soberanía. Es inaplicable, no hay nadie soberano en este mundo, el único soberano es Dios. Porque si el pueblo fuera soberano, o la mayoría fuera soberana, o el pueblo, expresándose a través de la mayoría o el Estado fuera soberano, está por sobre mis derechos. ¿A quién apelo yo? ¡Si soberanía significa poder inapelable! El concepto mismo de soberanía está destruyendo el concepto de derechos humanos.
Muchos, inclusive constitucionalistas, no ven la situación en su profundidad, en su sutileza. Es un problema más antropológico que político.
Cualquier gobernante que viole esos derechos se coloca fuera del texto constitucional. Y fuera de la ley de Dios, que es mucho más grave. En el valle de Josafat va a tener que rendir cuentas.

ÁLVARO TORRES DE TOLOSA
Revista GENTE 712 – 15 de marzo de 1979.