DE ÍMAZ
(Del libro-suceso de José Luis de
Ímaz, PROMEDIANDO LOS 40.) De lectura inevitable. Valiente. Ácido. Honesto.
Como debiera escribir, decir y ser un argentino sin prejuicios y sin miedo a
los pasados y a “sus” pasados. Usted, cuando termine su lectura, comprenderá
porqué ESTAMOS COMO ESTAMOS. Casi… sin salvación. Porque nada hay más grato para
un argentino de la supuesta élite que la destrucción de otro argentino que
medita, reflexiona, tiene ideas, proyecta, crece, sueña… ¡QUÉ PENA…! ¡QUÉ PENA…!
“Ahora me voy a detener en la envidia,
tan sólo, que en la Argentina es el gran motor de cambio. Porque si nada bueno
perdura, si no hay acciones emprendidas conjuntamente, si no hay equipos, si
todo es demolido, es gracias a la envidia.”
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“A mí me parece que una gran parte del
drama en la historia argentina se puede explicar por la envidia. El
fusilamiento de Dorrego, la negativa de Rivadavia a suministrar fondos para la
campaña sanmartiniana, y algunos ‹‹golpes›› dentro del ‹‹golpe revolucionario
militar››.
“Ya previó estas cosas José María Paz,
en sus admirables ‹‹Memorias››. El gran manco cordobés, que tenía ante su vista
una historia patria pequeñísima –la batalla del Alto Perú, Ituzaingó, las
guerras civiles en Corrientes-, llegó a preguntarse si esas pasiones que tan
bien había conocido ajenas a la debilidad humana no habrían encontrado en
nuestro suelo el terreno más propicio, al punto de que ‹‹en ninguna otra parte
de América hubiera llegado a producir tan prolongados y terribles estragos››.
“José María Paz utilizó el vocablo ‹‹envidia››,
pero su contenido está implícito. Y de no haber sido por las envidias desatadas
¿qué habría motivado a Simón Bolívar para tildar a Buenos Aires de ‹‹Republiqueta
que no sabe más que enredar, maldecir e insultar››.”
“‹‹Argentinos a las cosas –nos pidió
Ortega en 1939-; déjense de cuestiones personales, de suspicacias de
narcisismos… hay una (hablando de las ‘pasiones de pueblo joven’) que puede ser
una terrible rémora para la marcha de este país: la envidia. No es fácil hacer
grandes naciones con pueblos envidiosos como los nuestros…”››
“Yo creo en el carácter parcialmente
explicatorio de la envidia, al menos para la Historia argentina de ahora, como
hace de treinta años, un siglo o siglo y medio. Me pregunto por qué nacimos
parricidas –con los cadáveres de Liniers y Álzaga a nuestras espaldas- y tengo
mis sospechas: ¿por qué murieron fuera los que nos construyeron?, y ya no me quedan
dudas: lo envidiaron a San Martín, y Alberdi no podía vivir entre nosotros, por
sus envidias; lo desplazaron a Moreno, y Sarmiento fue a buscar a Paraguay la
paz que no le daban. El resto: el individualismo que nos jactamos, nuestra
incapacidad para trabajar con otros, la permanente actitud disociadora, la
crítica acerba en que nos entretenemos, son sólo las consecuencias.”
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“El problema que afecta a los
argentinos está en pie y nuestro razonamiento ha sido siempre el mismo: lo hizo
‹‹el otro››, no yo, por lo tanto no sirve, luego hay que echarlo abajo.”
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“Voy a volver a mi idea fija: la
envidia se ceba mejor entre los hombres que están en la cuarentena. Es allí
donde encuentra su caldo de cultivo. ¿Por qué? Por las mismas razones que di
antes. La envidia entre los viejos se remite a ciclos cerrados. Y en los
jóvenes todo es aún colaboración circunstanciada: sus envidias resultan pequeñas
e insubstanciales, porque todavía son proyecto.
“En la política nacional, la envidia
aparece en el momento justo; ya dije que es un gran motor de cambio. Está
ínsita en las motivaciones. Después se despliega victoriosa en esbeltas
racionalizaciones.
“Pero en el orden intelectual, en ciencia,
en la gestación de nuevas ideas, ocurre todo lo contrario. Aquí, la envidia no
es estimulante, como en los Estados Unidos, sino inhibidora. Es nuestro propio
castigo. Podría incluso explicar la paradoja de un mundillo intelectual avizor,
incapaz de dejar por escrito nada relevante. Porque ¿quién se atreve, en la
Argentina, a lanzar una idea nueva? ¿Quién a exhibir un genuino fruto de su
ingenio? Todos le tememos al búmeran y nos espantamos ante la sola idea del
retorno de nuestras críticas e intrigas.”
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“Un amigo sostiene que si el emblema
nacional debiera adaptarse a la prístina realidad, las manos, en vez de
estrecharse, serían puños cerrados enfrentados, y el perro del hortelano –el que
no comía ni dejaba comer- ocuparía el cuartel central. Y otro por fin cree que
los argentinos podemos demostrar al mundo cómo vivir sin plan de futuro. Como
no sea que el proyecto de vida colectivo de nuestros compatriotas consista en
vivir sin proyecto.”
Revista EXTRA 145 – Julio de 1977.