viernes, 26 de enero de 2018

Exclusivo para argentinos – LA ENVIDIA

DE ÍMAZ

(Del libro-suceso de José Luis de Ímaz, PROMEDIANDO LOS 40.) De lectura inevitable. Valiente. Ácido. Honesto. Como debiera escribir, decir y ser un argentino sin prejuicios y sin miedo a los pasados y a “sus” pasados. Usted, cuando termine su lectura, comprenderá porqué ESTAMOS COMO ESTAMOS. Casi… sin salvación. Porque nada hay más grato para un argentino de la supuesta élite que la destrucción de otro argentino que medita, reflexiona, tiene ideas, proyecta, crece, sueña… ¡QUÉ PENA…! ¡QUÉ PENA…!

“Ahora me voy a detener en la envidia, tan sólo, que en la Argentina es el gran motor de cambio. Porque si nada bueno perdura, si no hay acciones emprendidas conjuntamente, si no hay equipos, si todo es demolido, es gracias a la envidia.”

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“A mí me parece que una gran parte del drama en la historia argentina se puede explicar por la envidia. El fusilamiento de Dorrego, la negativa de Rivadavia a suministrar fondos para la campaña sanmartiniana, y algunos ‹‹golpes›› dentro del ‹‹golpe revolucionario militar››.
“Ya previó estas cosas José María Paz, en sus admirables ‹‹Memorias››. El gran manco cordobés, que tenía ante su vista una historia patria pequeñísima –la batalla del Alto Perú, Ituzaingó, las guerras civiles en Corrientes-, llegó a preguntarse si esas pasiones que tan bien había conocido ajenas a la debilidad humana no habrían encontrado en nuestro suelo el terreno más propicio, al punto de que ‹‹en ninguna otra parte de América hubiera llegado a producir tan prolongados y terribles estragos››.
“José María Paz utilizó el vocablo ‹‹envidia››, pero su contenido está implícito. Y de no haber sido por las envidias desatadas ¿qué habría motivado a Simón Bolívar para tildar a Buenos Aires de ‹‹Republiqueta que no sabe más que enredar, maldecir e insultar››.”
“‹‹Argentinos a las cosas –nos pidió Ortega en 1939-; déjense de cuestiones personales, de suspicacias de narcisismos… hay una (hablando de las ‘pasiones de pueblo joven’) que puede ser una terrible rémora para la marcha de este país: la envidia. No es fácil hacer grandes naciones con pueblos envidiosos como los nuestros…”››
“Yo creo en el carácter parcialmente explicatorio de la envidia, al menos para la Historia argentina de ahora, como hace de treinta años, un siglo o siglo y medio. Me pregunto por qué nacimos parricidas –con los cadáveres de Liniers y Álzaga a nuestras espaldas- y tengo mis sospechas: ¿por qué murieron fuera los que nos construyeron?, y ya no me quedan dudas: lo envidiaron a San Martín, y Alberdi no podía vivir entre nosotros, por sus envidias; lo desplazaron a Moreno, y Sarmiento fue a buscar a Paraguay la paz que no le daban. El resto: el individualismo que nos jactamos, nuestra incapacidad para trabajar con otros, la permanente actitud disociadora, la crítica acerba en que nos entretenemos, son sólo las consecuencias.”

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“El problema que afecta a los argentinos está en pie y nuestro razonamiento ha sido siempre el mismo: lo hizo ‹‹el otro››, no yo, por lo tanto no sirve, luego hay que echarlo abajo.”

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“Voy a volver a mi idea fija: la envidia se ceba mejor entre los hombres que están en la cuarentena. Es allí donde encuentra su caldo de cultivo. ¿Por qué? Por las mismas razones que di antes. La envidia entre los viejos se remite a ciclos cerrados. Y en los jóvenes todo es aún colaboración circunstanciada: sus envidias resultan pequeñas e insubstanciales, porque todavía son proyecto.
“En la política nacional, la envidia aparece en el momento justo; ya dije que es un gran motor de cambio. Está ínsita en las motivaciones. Después se despliega victoriosa en esbeltas racionalizaciones.
“Pero en el orden intelectual, en ciencia, en la gestación de nuevas ideas, ocurre todo lo contrario. Aquí, la envidia no es estimulante, como en los Estados Unidos, sino inhibidora. Es nuestro propio castigo. Podría incluso explicar la paradoja de un mundillo intelectual avizor, incapaz de dejar por escrito nada relevante. Porque ¿quién se atreve, en la Argentina, a lanzar una idea nueva? ¿Quién a exhibir un genuino fruto de su ingenio? Todos le tememos al búmeran y nos espantamos ante la sola idea del retorno de nuestras críticas e intrigas.”

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“Un amigo sostiene que si el emblema nacional debiera adaptarse a la prístina realidad, las manos, en vez de estrecharse, serían puños cerrados enfrentados, y el perro del hortelano –el que no comía ni dejaba comer- ocuparía el cuartel central. Y otro por fin cree que los argentinos podemos demostrar al mundo cómo vivir sin plan de futuro. Como no sea que el proyecto de vida colectivo de nuestros compatriotas consista en vivir sin proyecto.”

Revista EXTRA 145 – Julio de 1977.