miércoles, 24 de enero de 2018

TERRORISMO: EL CÁNCER DE LA DÉCADA


 
 JORGE L. GARCÍA VENTURINI

Aberraciones del comportamiento humano las ha habido desde los orígenes de la historia. Cuando al fin de los tiempos se haga el balance definitivo, habrá de ocupar uno de los primeros puestos lo que hoy conocemos como violencia subversiva. Esta sinrazón de la razón, este sentido del sinsentido, esta forma absurda del absurdo.
Si toda conducta humana, individual o colectiva, tiene siempre su última raíz en una posición filosófica, en una elaboración intelectual, esto que se desarrolla ante nuestros ojos la ha tenido en grado eminente. ¿Cómo no recordar, por ejemplo, ese libro de F. Fanon Los condenados de la tierra, donde el autor argelino hacía un llamado a la liquidación de todo lo que fuera cultura y, explícitamente, arengaba a lanzarse a la destrucción de Europa? ¿Un loco? ¿Un desoído por los hombres sensatos y por los que ocupan lugares de responsabilidad política o intelectual? Un loco, puede ser. Un desoído, en absoluto. Este libro increíble lleva prólogo laudatorio de Jean-Paul Sartre, fue traducido a multitud de lenguas, y el retrato de su autor luce –lucía al menos hasta hace unos días- en prestigiosas librerías de Buenos Aires.

Ah, Sartre! Ya no sabiendo qué alentar, qué propiciar, también unió su voz a uno de estos desequilibrados que quieren, nada menos, que destruir Europa y todo rasgo de civilización, con lo cual el mismo Sartre sólo lograría destruirse a sí mismo. Referimos esta circunstancia, una entre muchas, porque nos parece que resume de alguna manera este fenómeno que enluta y avergüenza a la humanidad. Casi simultáneamente, un personaje perteneciente a la más exquisita élite parisiense, Pierre Trotignon, escribía en L’Arc: “La civilización actual tiene que ser barrida. La tarea filosófica del intelectual de nuestra época debe ser la subversión absoluta. La filosofía será terrorista, unida a una política terrorista”. Y también Marcuse, y Dutschke y tantos otros.
Así se fue gestando la barbarie. En las altas esferas de la inteligencia, en una abrupta labor de autonegación, de autodestrucción. Nada habría de quedar en pie, ni la inteligencia misma, ni la más mínima norma moral, ni el sentido común siquiera.

Qué buscan estos maníacos de la destrucción? ¿Cuál es la propuesta política de este terrorismo patológico, que hemos padecido y aún padecemos también los argentinos, por acción o complicidad de las más altas esferas del poder populista que desgobernó el país? Ante el gran interrogante, ante la pregunta fundamental, sólo parece haber una respuesta: nada. O mejor, la nada. Esto es, el nihilismo absoluto. La destrucción sólo tiene un fundamento: la destrucción; la negación sólo tiene un fundamento: la negación; la violencia sólo tiene un fundamento: la violencia misma. No hay que confundirse. Este terrorismo patológico es un buen aliado del marxismo, pero está más allá de todas las formas propuestas por Marx. Sus raíces son más nietzscheanas que marxistas, su finalidad más que la construcción de una sociedad comunista es la destrucción de toda forma de sociedad. Sus mismos hacedores encienden la pira de su propio holocausto. El nihilismo es la nada por la nada misma, la nada como consigna, como medio, como fin. Molnar lo mostró lúcidamente en su libro La izquierda vista de frente. No se trata sólo de destruir los valores estéticos tales como la belleza, el buen gusto, la proporción, el estilo, la calidad, la selección. El proceder mismo es artero, viscoso, cobarde, subalterno, carente de esa dignidad que tiene la lucha abierta, la pelea frontal.

Hay resistencias dignas a un régimen, puede haber incluso una guerrilla digna, como la de los maquis durante la ocupación nazi. Pero esto es otra cosa. Ir a sacar a un hombre inerme de su casa –recuerden, argentinos- o arrojar una bomba porque sí, para matar a cualquiera, son cosas miserables, signos de una irracionalidad inapelable, más graves aún, si cabe, porque se realizan en sociedades abiertas, básicamente libres, en las que, con todos los defectos que se quiera, todavía se puede pensar, disentir, reclamar al poder público por vías normales y civilizadas.

El terrorismo patológico, la subversión violenta, el nihilismo absoluto, parecen instalarse más allá de la política misma, más allá de cualquier programa de reformas sociales o de sociedades posibles. Luce más bien como una seudomística, como una fuerza de inspiración satánica que obnubila a cierta juventud, como un sopor, como una droga, como una falsa religiosidad. Un verdadero flagelo que es menester enfrentar y derrotar, para lo cual no bastará la fuerza sino que serán necesarias altas y afinadas formas de acción docente y psicológica. Y será necesaria la acción coordinada de todos los gobiernos y sectores de opinión responsables del planeta, y especialmente la de padres y maestros, que sean capaces de enseñar a sus hijos y alumnos que todavía es posible vivir en paz, o pelear en todo caso, pero con dignidad, con hombría de bien.

JORGE L. GARCÍA VENTURINI
Revista GENTE 661 – 23 de marzo de 1978.

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