sábado, 17 de marzo de 2018

TOYNBEE, PARA USO INTERNO

por José Luis de Ímaz



¿Recuerdan que el método de Toynbee era el de “estímulo-respuesta”? No se trataba de una relación dialéctica, tampoco de una marcha unilineal, menos aún de círculos cerrados, porque su rueda de la historia, rodando, rodando, avanzaba. Todo dependía de que el estímulo fuera bien aprehendido; o no. De ahí que surgieran civilizaciones, u oportunidades desperdiciadas, según el “elan vital” de las minorías y la mímesis de las mayorías. Si el estímulo resultaba aprovechado, se extendía el área físico-cultural de esa civilización (lo que Toynbee llamaba “el limen”) hasta toparse con “el limes” o zona de conflicto. Cuando la confrontación entre civilizaciones –seguimos con el historiador británico- tenía rápido desenlace se expandía el radio de acción de la superior; si el conflicto se prolongaba indefinidamente el tiempo corría en favor de la inferior (los norteamericanos no entendieron que la vieja Indochina era un “limes” desde la época francesa).
Obviamente un Toynbee ecuménico desperdigado en 7000 años de historia, no pudo interesarse ni por una página en nuestro siglo y medio suburbano (qué descansada vida, dirían –si lo supieran- los escolares franceses que tiene que repetir de memoria la lista de los reyes Capetos. O los españolitos, con la suya de los godos y visigodos). Por eso, ante esta página argentina en blanco podríamos darnos el gusto de ser toynbiamos sin Toynbee, con tal que nos ciñamos ortodoxamente al método. Les propongo este ejercicio: supongamos que aisláramos tres diferentes estímulos: dos externos y uno interno.
Primer estímulo: Napoleón invade España.
Segundo: el desierto.
Tercer estímulo, y otra vez externo: el lapso de la gran depresión más la segunda guerra mundial.
La invasión napoleónica suscitó una inmediata respuesta: extendimos un inédito “limen” sobre la administración peninsular y hasta bien lejos en tierra americana. Pero cuando cedió el estímulo originario –y en Europa sentó sus reales la Santa Alianza- en vez de mantenernos en vilo, perdimos serenidad, y/o buscamos cabezas coronadas, o nos ofrecimos a Gran Bretaña, o algunos de nuestros países se cobijaron en la Doctrina Monroe. (Toynbee sobrevalora un poco el rol estimulante: por ahí escribió que España dejó de estar en “tensión histórica” en cuanto redujo a los árabes).
Segundo estímulo, local: el desierto. Las respuestas las brindaron Alberdi y Roca. Y nuestro “limen” se extendió con los ferrocarriles y los gringos en cuanto se concluyó el “limes” de la frontera con los indios. Pero es verdad que cuando terminó el desierto- con los colonos del Chaco y los alemanes y ucranianos de Misiones- también entró en baja nuestro “elan colectivo”. Si yo fuera un toynbeano ortodoxo aquí me detendría creyendo haber encontrado “toda” la explicación, pero como no es así, como sólo me propuse este ejercicio…
Tercer estímulo: los coletazos de la gran depresión y la segunda Guerra Mundial modificaron nuestra estructura económica, que “ya venía” de una incipiente substitución de importaciones. A partir de aquellas precauciones nuestro “limen” creció hacia arriba con las chimeneas y horizontalmente en los barrios de la emigración interna.
Cuando las civilizaciones –o un país para el menguado caso- se detienen o comienzan un proceso involutivo, se debería –siempre según el maestro- que las minorías fracasan sucesivamente en su intento de dominar el contorno, y a que las mayorías –faltas de modelos estimulantes- se preguntan ¿a quién seguir? ¿tras qué ejemplo? ¿y para qué?
Lo más parecido que hay a un ruso, me decía un diplomático norteamericano que sirvió cinco años en la URSS y otros tantos en nuestro país, es un argentino. Porque a ambos los domina la creencia de que por sí solos son incapaces de modificar su destino; que algo planea por sobre sus vida individuales, que éstas ya están escritas, o hay alguien que se las escribe, inermes, en una atmósfera de implacable fatalismo. Sólo que en Rusia me decía el diplomático, aparte del régimen, está la justificación de China.
Toynbee –un enamorado del crecimiento de las civilizaciones- dedicó las más duras de entre sus páginas a la mentalidad fatalista. Incluso podríamos legítimamente suponer que el fatalismo de Spengler fue el estímulo, y los trece tomos del “Estudio” su respuesta. No hay nada más trágico –decía el profesor británico- que los pueblos que demisionan.

Revista TODO ES HISTORIA 130 – Marzo de 1978.