sábado, 26 de agosto de 2017

AHORA HAY QUE AVANZAR CUESTA ARRIBA

Por Osiris Troiani
 
 
La victoria del peronismo en la jornada del 6 de setiembre ha disipado el proyecto oficialista de reforma constitucional. El radicalismo no se expondrá a una nueva confrontación electoral en los próximos dos años. Los peronistas no ayudarán a reunir los dos tercios en ambas cámaras para declarar la necesidad de la reforma. Y todas las otras corrientes políticas consideran intangible el texto sagrado.
Por mi parte, siempre fui partidario de la reforma; pero cambié de opinión al conocer los propósitos del partido gobernante: facilitar la conjunción de los dos partidos mayoritarios. Yo creo, en cambio, que deben seguir cada uno por su camino y presentarse por separado ante el cuerpo electoral. No deben dar la impresión de que son una sola cosa, como intenta demostrar Alsogaray; en ese caso, no quedaría más alternativa que él.
Claro que la Constitución histórica necesita reformas. Es anacrónica: refleja las aspiraciones de una sociedad que no logró concretarlas y que ya no existe. Fue dictada cuando aún no existían los partidos ni los grupos de presión, que han transformado la realidad política y económica.

Pero algunos de los cambios propuestos empeorarían el sistema. En estos tiempos, que requieren más acción, más decisión, el parlamentarismo no es superior al presidencialismo. Y el mandato de seis años, sin reelección inmediata, es preferible al de cuatro años con ella, que nos hundiría en un electoralismo sofocante.
Es bueno elegir presidente cada seis años, plazo suficiente para cumplir una obra de gobierno. Y es razonable juzgarla cada dos años, primero renovando la confianza y luego concediendo al presidente una oportunidad más.
Es lo que acabamos de ver. La UCR, triunfante en el 83, se afianzó en el 85; pero en el 87 cayó vencida en todas las provincias, menos dos. Ahora deberá hacer un ímprobo esfuerzo para seguir después del 89 al frente del Estado nacional.
Yo no creo que el pueblo siempre tiene razón; creo que a menudo se equivoca; sin embargo, vean ustedes la exacta correspondencia entre la estructura del calendario electoral y el hábil comportamiento cívico de los argentinos en el último cuarto de siglo.

Al término de la reciente dictadura hemos votado por el partido que en el período 1963-66 supo garantizar el orden y la tranquilidad, relegando al otro, que no nos aseguró esos bienes durante la anterior experiencia democrática. A los dos años hemos renovado la confianza en el gobierno radical; aunque su caudal electoral disminuyó en un millón de votos, su mayoría se incrementó levemente en Diputados, expandiéndose a las provincias que habían seguido fieles al otro partido popular. Las elecciones del cuarto año han devuelto la primacía al PJ. Ha sabido renovarse, democratizarse, mientras que la UCR ha desvalorizado su idoneidad gubernativa y contraído los vicios de su adversario: el personalismo, el verticalismo, la soberbia, la verborragia, el torpe escamoteo de la verdad.
Los radicales, eclipsando el carisma de su jefe, antes invicto; acosados por una implacable crisis económico-social, que se agravó en estos años, y por implacables factores externos que no respondieron a sus expectativas –ni lo harán-, deben avanzar cuesta arriba en los dos que les quedan.
Es muy difícil recuperar votos perdidos. Los indecisos –que son los que deciden-, serán tentados por la ilusión del cambio: el ser humano no aprecia lo que tiene, prefiere lo imaginario. Los electores juveniles que esta vez no votaron, en el 89 serán sensibles al tentador mensaje justicialista.

Alfonsín confirmó al equipo económico de la derrota y ordenó un nuevo “ajuste”, sin consultar previamente a los otros partidos, ni siquiera al suyo. Lo invitó una vez más a concertar un pacto político y social, empeño tantas veces intentado y tantas otras malogrado. Pero ahora es aún más improbable que los partidos y las organizaciones sociales pacten con un gobierno debilitado.
“No pretendemos que nadie pague los costos políticos que, por las reglas claras del juego de la democracia, debe asumir el gobierno”, dijo en su discurso del 14 de octubre. “Hay que desactivar la bomba inflacionaria y hacerlo antes posible”.
Se necesita una fe milagrosa en la democracia para imaginar que los adversarios aceptarán pagar los costos políticos que el gobierno asume generosamente. Aunque lo digan, aunque lo disimulen. Una cosa es la democracia y otra el suicidio político.

Si el gabinete reorganizado y el nuevo “ajuste” no consiguen frenar las feroces remarcaciones de precios y sosegar a la dirigencia sindical tendrán corta vida. Pero sólo después de desactivar la bomba inflacionaria podrán empezar los radicales a descontar los 600.000 votos de diferencia que este año les sacó el PJ.
Todo es posible, si Alfonsín recupera la estrategia imaginativa y el realismo político que lo llevaron al poder. Pero él tiene, quizá, la mente puesta en 1995.

Revista PANORAMA SIETE DÍAS 1054 – 22 de octubre de 1987.


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